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Relato de un curtidor de mediados del siglo XX

 

Se mataba al animal, en todo tiempo, en el matadero del pueblo y la piel iba, con lana y todo, al secadero o al saladero, pues unos la salaban y otros la secaban, aunque era más barato secarlas. Los particulares secaban las pieles en las cámaras de las casas. En tres o cuatro días, la piel quedaba seca y se llevaba a la fábrica de curtidos.

Entonces entraba la piel en una balsa de agua (los noques o pilas) hasta que estaba blanda y se llevaba a darle una mano de cal con sulfuro de sodio por el lado opuesto a la lana. La cantidad de cal en el agua era poca, para que no escurriese y se llevara el sulfuro de sodio: para 300 pieles se echaban 30 kg de sulfuro de sodio y 25 kg de cal viva. Se dejaba reposar la piel dos o tres horas y, poco a poco, se le va cayendo la lana, pues el sulfuro de sodio se come sus raíces. La piel se ponía en unos tableros y mediante unos raspadores se quitaba la lana, que salía fácilmente. El cepillo era de madera y tela de saco, se mojaba en la mezcla de cal y sulfuro y se mojaba con él la piel, que se iba apilando "carne con carne". La piel, depilada y sin lana, iba a unas pilas que contenían agua con cal únicamente, para "que coja el hinchamiento la piel". Las pilas eran de 1'50 por 1'50 metros y un metro de hondo, y en ellas se echaban 75 kilos de cal. Las pieles eran movidas y cambiadas de posición con una máquina llamada "molineta" que ayudaba a batir la piel con el agua de cal, seguidas de un periodo de reposo. El proceso se repetía durante ocho días. La piel encalada podía usarse luego para cueros finos.

Acabado el proceso, la piel se secaba y se la descarnaba a mano de los posibles restos de sebo o carne que pudiera aún tener adheridos, colocándola sobre una tabla curva y raspando con un cuchillo curvado en forma de media luna con dos mangos a los lados. La cal evitaba que el trabajador pudiera tener infecciones por la carne putrefacta. Había que cuidarse mucho de evitar que te pudieran picar unas moscas y te saliera un carbunco.

Tras descarnar, la piel se lava con agua clara y se la lleva al "rendido", que se hacía con excrementos de perro, gallina o paloma hasta que aparecieron los ácidos químicos adecuados. Anteriormente se aprovechaban los ácidos orgánicos de los excrementos para que la piel quedara "desencalada". Modernamente se llamaba a este procedimiento el "piclado" y se realizaba usando un dos por ciento de sal y un ácido (que podía ser sulfúrico, clorhídrico o fórmico). Entonces, esta piel no se conservaba más de dos o tres días sin estropearse y había que echarla a curtir con zumaque rápidamente. 

Si no podían "piquelar" cosían las pieles como en los pellejos de vino, para curtirlas. Esta labor la hacían unas mujeres. Para curtir se usaba el zumaque, que se podía comprar en los pueblos, tanto "seca" como "verde". Se recolectaba seca en septiembre, antes de que las lluvias la mojaran. El zumaque se molía en un molino, similarmente a las aceitunas, con una mula y una piedra, para convertirla en polvo colorado del que había que quitar los restos de los troncos de la planta. El zumaque tiene tanino, que era la sustancia que realizaba el curtido.

Las pieles cosidas se metían en pilas con agua templada, y en ellas se metía un hombre con pantalón corto que se encargaba de echar dentro de la boca de los pellejos, con un embudo, medio kilo de zumaque molido, acabar de llenarlas con agua, atar la boca y echarlas a un lado de la pila. En una tarde se podía hacer dos veces este proceso a unas sesenta pieles. El hombre, aprovechando el peso de los pellejos llenos y apilados, y el suyo propio, los apretaba para que el agua con el zumaque saliera por los poros que había dónde había estado la lana en las pieles, y el tanino del zumaque los fuera cerrando poco a poco. Como el agua estaba templada, lo llamaban "curtición al caliente de zumaque". Tras apretar las pieles, se iban vaciando de agua, por lo que había que desatar su boca y volver a rellenar de agua y zumaque los pellejos. En una tarde se podía hacer dos veces este proceso, tras el cual la pieles reposaban durante la noche y se descosían a la mañana siguiente. Entonces se pasaba un hierro con filo para rasparlas y quitar los restos de zumaque y, si quedara, el sebo que hubiera podido salir por los poros antes de ser cerrados.

Acabado este proceso, se ponían unas sesenta pieles ya descosidas con cuarenta kilos de zumaque durante dos días más en las pilas mencionadas de 1'5 x 1'5 x 1 metros. El objetivo era que se curtiera ahora la parte que antes había estado arrugada al estar cosida, y por ello no se hubiera curtido bien. Luego se sacaban las pieles y se llevaban a secar al aire y acababa el proceso de curtido. Ahora se clasificaban las pieles para ser usadas en encuadernación de libros, para servir de cordobanes en las colleras o para forro de zapatos. Las mejores, de color muy claro, veis amarillento, eran las usadas para la encuadernación. En el caso de las pieles de menor calidad, las destinadas a cordobanes o forro de calzado, ellos mismos las teñían de color avellana usando corteza de pino o, a veces, corteza de encina. La corteza de pino la molían con agua y en esta agua se metía la piel, removiéndolas a mano con ayuda de un palo hasta que quedaban coloreadas convenientemente. Más adelante se usaron bombas o molinetes para moverlas. La corteza de encina también podía curtía la piel.

Francisco Gutiérrez Molina

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